Hay enfermos que impensadamente
han ido contagiando a muchos familiares, hijos, nietos, bisnietos. Son enfermos
asintomáticos, que tienen en sus vidas un virus muchas veces desde el vientre
en que fueron anidados. Un vientre que probablemente también haya sido
oportunamente concebido en un seno con la misma indolora patología.
Para esta enfermedad, los test de análisis no requieren de mucha
inversión.
Es una patología que destruye de a poco y en silencio, con la particularidad
que antes de dar el golpe letal, esclaviza y coloca cercas disimuladas que
limitan la facultad natural de moverse a dimensiones muy estrechas y que
difícilmente se puedan ver.
Este sábado pasado, volví a ver de cerca tres rostros nacidos del mismo
vientre con las particularidades de enfermedad señaladas, que después de
envolverme con todo el cariño a su alcance, me hacían saber que el alimento que
buscaban era tan invisible como la dolencia que a los tres los acompaña.
Son mendigos sí, lo son. Mendicidad
impresa en los repliegues del alma.
A la vista todo parece normal, salvo que nos detengamos un ratito a escuchar
sus ruegos disimulados, esas necesidades que se expresan sin decirlo.
Tres criaturas, entre tantas otras, que conocemos por bondad Divina, como si
Dios nos hubiese convidado para que los curemos y nos curemos.
Me preguntaron ávidas de una respuesta concreta, con alegría esperanzadora,
como quien espera el resultado de un examen importante para su futuro: ¿Cuándo
empieza acá la escuela nueva? ¿Queremos
saber quiénes serán nuestras maestras…?
Piden aprender. Simplemente. Nada más, y nada menos…
Aún no han podido vencer el cerco impiadoso del analfabetismo, patología
presente y escondida que los caracteriza como diferentes de otros niños.
Los tres hermanos esperaban mi respuesta. Me estaban pidiendo la medicina que
termine con su dolorosa postergación, únicamente aprender a leer y a escribir.
Sólo pude decirles: «Pronto… empezamos pronto».
Los tres, mirándome
muy firmes a los ojos, me advirtieron: «Mirá que nosotros vamos a venir eh…»
Sus miradas eran serias pero esperanzadas, y la mía, contemplando esa escena,
se dividía entre el dolor y la ternura.
El analfabetismo lastima sin hacer ruido, si pudiéramos verlo como una
verdadera pandemia, posiblemente lo atenderíamos y con la urgencia merecida.
Para nuestro equipo el desafío ya está planteado. Las aulas, las maestras y los
necesitados de la medicina para la enfermedad que no se ve, también están.
Cuando las autoridades autoricen a retomar las actividades habituales, la
«Escuela para José» levantará cortinas de luz, letras y oficios, donde
muchos de estos niños, nacidos de vientres que tampoco conocieron de lecturas,
podrán empezar a hacer realidad sus sueños.
Al fin y al cabo, las grandes metas comienzan también dando los
primeros pasos.
Roguemos juntos a Dios para que en el seno mismo del Centro Educativo
Integral “Camino a la Casita”, a través de «Una escuela para José» se
puedan sanar esas heridas profundas que el analfabetismo y la
indiferencia han impreso en el alma de tantos niños, mamás y abuelas.
Letras y oficios, serán medicina sagrada
que dará respuesta a esos ruegos silenciosos.
Aulas y maestras bondadosas absorberán esa necesidad como si fuera propia, procurando con amor y conocimientos convertir la marginación en oportunidades y el sufrimiento en esperanzas.
Raúl Kasiztky
Sociedad Espírita “Te perdono”
Centro Educativo Integral “Camino a la Casita”