Las extrañas paradojas de estos
tiempos de declarada pandemia han hecho sentir a varios corazones,
alternativamente, miedo y compasión. Miedo al contagio y compasión por las
colas de necesitados que buscan comida y abrigo, para ellos y para los que
esperan en sus hogares, por lo general niños.
Teorías y realidades que no siempre parecen acompañarse. Supuestos de protección
en un contexto que señala desamparo.
Hipótesis y tesis arrojan resultados diferentes aunque hablemos de fronteras
para adentro.
El miedo, real por cierto, ha servido como fuerte excusa para justificar
sentimientos que yacían escondidos o disimulados, suponiendo que nada ni nadie
podría encontrarlos.
Está claro que el miedo no deja pensar claro, al menos con saludable
equilibrio, y se transforma así en el gran enemigo automático a ser
conquistado.
A pesar de todo, es posible que gran
parte de mujeres y hombres, niños y ancianos, todos, estemos asistiendo a una posibilidad única y
magnífica de auto terapia con clases prácticas diariamente establecidas que,
aunque dictadas por desconocidos y poco gentiles profesores, sirven inauditas para trabajar y por
qué no, para vencer y deshacernos del miedo que lastima y nos lastima.
Es una oportunidad insoslayable que sería muy bueno no dejar pasar, para buscar
el coraje que también puede estar aguardando a ser descubierto y así instalarse
para siempre como superior virtud que habrá de traernos calma, serenidad y, fundamentalmente,
seguridad en nuestras vidas.
Nuestros humanos hermanos, aunque potenciales portadores de esta o cualquier
otra patología, no son nuestros enemigos, son simplemente tan potenciales
transmisores como nosotros mismos lo somos, si los corremos de nuestras
consideraciones porque el miedo nos impulsa, entonces, a ellos, indolentes, los
marginamos y nosotros, irreflexivos, nos debilitamos.
Prudencia no será jamás falta de empatía.
¿Cómo podré pretender sensatamente
que ante cualquier necesidad alguien se ocupe de ayudarme, si estando yo en
plenitud fui un sordo empático al dolor del otro…?
Allan Kardec, describiendo a los buenos espiritistas, nos dice con inigualable
precisión que estos, en suma, son aquellos cuyo “corazón ha sido tocado».
Así entonces, la CARIDAD fue, es y será el camino de salvación y su desarrollo
muchas veces necesita del coraje.
El coraje, por cierto, tiene en el presente una oportunidad inigualable de
instalarse para siempre en nuestras vidas, con la ostensible prerrogativa
actual de que no necesitaremos caer en las impiadosas y profanas arenas del
circo romano para dar testimonio.
Momentos de CARIDAD, espacios para ayudar, tiempos de compromisos, estaciones extremadamente
propicias para transformarnos en luchadores y vencedores del miedo.
Cuando la duda entre hacer y no hacer nos paralice el afecto, podrá aparecer en la sonrisa del necesitado dibujándose la del Nazareno, actualizando el recuerdo que a Él estamos visitando, vistiendo y dando alimento, triunfantes del desacierto que nos pudo hacer suponer que solos seríamos salvos.
Raúl Kasiztky
Sociedad Espírita “Te perdono”
Centro Educativo Integral “Camino a la Casita”